Algo que surge habitualmente cuando hablo de mi trabajo con gente de fuera de él, es que éste es uno de esos trabajos que deben ser vocacionales, es decir, que uno debe sentir una llamada para trabajar en esto.
Y estoy de acuerdo, pero no. Pero sí pero no, que dicen mis hijos.
Me explico, yo creo que se puede llegar perfectamente hasta aquí sin haberlo planeado en absoluto. Es más, se puede llegar hasta aquí huyendo de llegar hasta aquí.
Me refiero a no tener una vocación clara de ser profesor, ni siquiera cuando estás estudiando para ser algo en el futuro.
Yo quería estudiar Biología. Siempre he sido de ciencias, sin duda alguna. Siempre (desde que supe que existían) me gustaron los cloroplastos, las células procariotas, o el ADN. Llámame friki. Lo tenía bastante claro cuando era jovencita, y siempre pensé que eso era lo que haría, pero cuando fui creciendo y empecé a pensar en qué trabajaban los biólogos, me dio por planteármelo. ¿Qué hacían los biólogos que yo conocía? Eran profesores. Si lo piensas fríamente, tiene su lógica. Los conocía del entorno de mis padres, que trabajaban en... enseñanza.
Y pensé: ni de coña. Ni en pintura.
Así que elegí algo diferente, que estuviese relacionado, pero que me permitiese trabajar fuera de las aulas... Y me decidí por Ciencia y Tecnología de los Alimentos. Pero entonces era una licenciatura de segundo ciclo. Eso quiere decir que sólo existían 4º y 5º, y que tenía que cursar los tres primeros cursos en otra licenciatura. ¿Cuál era la que dejaba menos asignaturas para el curso-puente? Farmacia. Y en eso me matriculé. Solo que Farmacia me encantó desde el principio. Bueno, digamos que desde segundo. Y la terminé. Y luego seguí con mi plan original (bueno, realmente con mi plan B), y en siete cursos acabé las dos licenciaturas.
Y todo eso, las elecciones que hice hasta entonces, sólo por una razón: que yo no quería ser profesora. Como veréis, como estratega no tengo precio. Creo que por eso no sé jugar al ajedrez. Pero ése es otro tema.
Y entonces llegó el paro. Un año. No estuve quietecita, hice otras cosas, pero no me contrataron. Sólo trabajaba en verano, desde que acabé Farmacia, haciendo las vacaciones de verano de una farmacia de pueblo. Yo estaba medianamente tranquila, pero mis padres no, y un día aparecieron con los temarios de oposiciones... a educación. Por aquel entonces, por circunstancias, y por si acaso, que nunca se sabe, yo ya había hecho el CAP (lo que ahora es el Máster en Secundaria), y el valenciano necesario para opositar. Y pensé que, sin tener nada más, las prepararía, ya sabéis, por si acaso. Y convocaron. Y aprobé.
Ya está. De repente, tenía trabajo (y sueldo) de por vida... sólo que en algo de lo que yo había huido hasta entonces. Y en mi casa, flipando de alegría. Mis padres, mi suegro (que era profe en el mismo centro en el que empecé, y en el que sigo), todos súpercontentos.
Y yo acojonada totalmente. Totalmente. Así empezó mi andadura en esto. Para que luego me digan que es vocacional.
Pero, para mi sorpresa, el trabajo me gustó. Mucho. Cada vez más. Con sus cositas, claro, pero me gustó. Siempre hay que protestar de algo.
Y me sigue gustando, además, por la razón por la que la mayoría de la gente que no es profesora rechaza este trabajo. Los alumnos. Mis amigos, mi hermana, la gente que conozco que no es profe, piensa normalmente que no podrían aguantar este trabajo porque les obligaría a estar con un grupo de gente de esas edades, y manejarlos, y enseñarles. No el hecho de prepararse las clases, o de hablar en público, o ser capaz de enseñar, sino convivir con los alumnos. Y para mí, ésa es precisamente la mejor parte. La interacción con ellos, y poder ver su evolución, en el tiempo que pasan con nosotros.
Y ahí es donde les doy la razón a los que hablan de vocación. Aquí sí que creo de verdad que nadie que no soporte estar con los alumnos debería estar en la enseñanza. Son nuestra materia prima, nuestros clientes, y desde el momento en que cobramos por esto, tenemos una responsabilidad brutal para con ellos. Vienen aquí a aprender con nosotros. No están para perder el tiempo (aunque algunos no lo saben aún).
Y además debe ser una pesadilla, trabajar así. Entrar todos los días en el aula, con unos 20 ó 30 personas más o menos (a veces menos) dispuestas a jugar a lo que les ofrezcas. Tela.
Yo ahora disfruto. En serio. Prefiero el trabajo con alumnos antes del que hacemos sin ellos. Y creo que es muchísimo mejor así. El que entre sin tener esto en cuenta, se equivoca de medio a medio.
Así que, tal como empezaba la entrada, en lo de la vocación, estoy de acuerdo a medias.
Pero sí pero no.
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