Voy a empezar disculpándome, porque esta entrada va a ser un poquito larga. Voy a empezar con un poquito de geometría, que no tiene que ver mucho con lo que os voy a contar... o a lo mejor sí. Ya me diréis.
No sé si sabéis algo de atención a la diversidad en educación. En corto, quiere decir que si yo en un grupo tengo alumnos de diferentes niveles, y con diferentes características, debo adaptarme a esa situación. Que he de ayudar a las personas con más dificultades, y potenciar a aquellos que están más avanzados.
Y también, que si tengo a alguna persona con necesidades educativas especiales (ahora lo llamamos diversidad funcional, antes eran discapacidades), también tengo que adaptarme a esa situación, para intentar que esa persona tenga igualdad de oportunidades con respecto al resto, en la medida de lo posible.
Y también, que si tengo a alguna persona con necesidades educativas especiales (ahora lo llamamos diversidad funcional, antes eran discapacidades), también tengo que adaptarme a esa situación, para intentar que esa persona tenga igualdad de oportunidades con respecto al resto, en la medida de lo posible.
Eso es lo ideal, la tendencia actual es la integración de todo el mundo, y dicho así suena genial. En los casos en los que hay alumnos con diversidad funcional, además, hay (en teoría) ciertas ayudas: reducción de la ratio, profesores de apoyo, más convocatorias, etc.
En teoría. En la práctica, la cosa es más complicada. Lo sé de primera mano, por un caso que hemos vivido de cerquita. Hemos tenido en el centro una persona que padece una enfermedad que afecta a su movilidad.
Por una cuestión de respeto (y de protección de datos), voy a ser lo más aséptica posible, y no revelar prácticamente nada sobre esta persona. Sólo diré que, durante este tiempo, su situación ha ido evolucionando, y llegado a cierto punto, empezó a necesitar desplazarse por el centro en silla de ruedas.
Por una cuestión de respeto (y de protección de datos), voy a ser lo más aséptica posible, y no revelar prácticamente nada sobre esta persona. Sólo diré que, durante este tiempo, su situación ha ido evolucionando, y llegado a cierto punto, empezó a necesitar desplazarse por el centro en silla de ruedas.
Tenéis que pensar que lo nuestro es educación post-obligatoria. Y el ciclo que impartimos es de Panadería, Repostería y Confitería. Hay que elaborar con las manos, hay que transportar bandejas, boles, amasar. Batir, manejar hornos, freidoras, etc. En resumen, es un trabajo bastante físico. Visto así, en frío, a la mayoría nos parecía evidente que era muy complicado cumplir con los objetivos de los módulos prácticos para esta persona.
Otra puntualización: nosotros no habíamos tenido nunca un caso parecido. Estamos algo más acostumbrados a tratar con alumnos sordos con la ayuda de los intérpretes de signos que trabajan en el centro.
Actualmente, la plantilla de intérpretes de lengua de signos es de cuatro (que se solicitan y contratan cada año), que se han conseguido con muuuchos años de peleas y papeleos, y su situación también da para escribir un libro. Pensad que tenemos cuatro intérpretes de lengua de signos para una población total en el centro de unos 2500 alumnos. Sobra decir que no dan abasto, que sus horarios son de locos, y que hacen una labor brutal, muchas veces más allá de los que dicen sus sueldos o sus horarios. Y aún así, no cubren todas las horas de clase de los alumnos que lo necesitan.
Bueno, me centro: que no nos habíamos visto con una situación así en la vida. Comienza el curso. Sobra decir, creo, que nuestro obrador no está adaptado para estos casos. Los equipos con los que trabajamos son los normales de un obrador de panadería y pastelería, pero a escala más pequeña (a veces no tan pequeña). Lo que no sobra decir es que, en clase de prácticas, no teníamos profesores de apoyo. Estaban los mismos dos profesores de desdoble que vienen siendo habituales en grupos de más de 18 alumnos. Y ya os digo que teníamos bastantes más de 18 alumnos.
Y empezamos (bueno, mis compañeros que imparten prácticas) a darnos cuenta de las dificultades que entraña esto. Y se acerca la primera evaluación. En este punto, nos planteamos si hay que comunicarle que vemos muchísimas dificultades para poder superar los módulos prácticos. Esto, en la práctica, quiere decir que no se obtiene el título.
Paréntesis: os puede parecer, así de entrada, una medida muy dura hacia la persona en esta situación. Es normal, a mí también me lo parece. Pero en nuestras enseñanzas, a veces nos vemos en este tipo de situaciones. ¿Dejamos que el alumno "se estrelle", por así decirlo, y que compruebe por sí mismo lo que pensamos nosotros? ¿Le advertimos de lo que pensamos, para intentar ahorrarle tiempo y que pueda repensarse su decisión, y orientarse hacia otra cosa?
Y lo más importante: ¿hasta qué punto acertamos o nos equivocamos con esto? ¿Hasta qué punto hay personas capaces de hacer mucho más de lo que tú crees, o no?¿Le estamos negando su derecho a acceder a nuestras enseñanzas o le estamos orientando hacia lo que nosotros pensamos que es más ventajoso?
Me explico: esto es FP. Nosotros evaluamos que los alumnos adquieran cierto nivel de competencia en los diferentes módulos a los que se enfrentan. Esto es, que sean capaces de hacer determinadas cosas. Cosas que vienen recogidas en un real decreto del ministerio, y concretadas en la normativa de la comunidad autónoma, y que tenemos que tener en cuenta para evaluar. Y hay cosas que no vemos demasiado claras, muchas veces. Con la norma en la mano, hay objetivos que nos parece que no se pueden alcanzar en ciertas situaciones.
En el momento en que le comunicas a una alumno que pensamos que en esta especialidad en concreto lo tiene muy difícil y que debería considerar la opción de reorientarse, puede que el alumno decida cambiar de especialidad, o puede acudir a la inspección educativa. Es lo que toca, también para nosotros. Los inspectores en educación también están para orientarnos cuando no sabemos cómo afrontar determinadas situaciones.
Y entra en escena el inspector de zona. Y aquí es donde me centro en cómo se gestionan estos casos, que es lo que yo quería hacer.
Punto 1: supongamos que la persona implicada solicita una adaptación curricular. Esto existe en las etapas obligatorias de enseñanza: adaptas los contenidos, y al final el alumno titula, si no me equivoco, haciendo constar que ha habido una adaptación. Perfecto. Problema: eso en FP no existe. O bueno, existe, pero en el momento en que se adaptan los contenidos, el alumno no puede obtener el título, precisamente porque no ha demostrado su capacidad para desarrollar ciertas tareas. Solución descartada, si la persona en cuestión aspira a obtener la titulación.
Punto 2: el alumno con diversidad funcional tiene todo el derecho del mundo a estar matriculado, de hecho existe un cupo para ello, y además tiene derecho a tener acceso a todos los contenidos del currículo. Esto se llama adaptación de acceso. Y quiere decir que al alumno debe facilitársele en todo lo posible que pueda realizar las actividades a la par que sus compañeros. Implica también un mayor número de convocatorias para cada módulo (6 en lugar de 4), y la posibilidad de repetir curso más veces. Implica que tiene más tiempo durante las pruebas escritas, y que éstas puedan adaptarse. Además de la eliminación de las barreras arquitectónicas que pudiese haber.
Y esa es precisamente la postura del inspector (como no podía ser de otra manera). Nos pide una serie de actuaciones, que debe acometer el centro. En la práctica esto supone, por ejemplo, la automatización de una de las puertas del edificio, la eliminación de un pequeño escalón y su cambio por una rampa, y la construcción de una mesa de acero inoxidable (que es el material que utilizamos en industria alimentaria), a la altura adecuada para que se pudiese trabajar desde una silla de ruedas.
Punto 3: En este punto, se nos plantea otro problema diferente, de logística. Tenemos una persona que necesita desplazarse en silla de ruedas. Ahora pensad que, en las prácticas de elaboración de alimentos, nosotros imitamos (debemos imitar) todo lo fielmente que podamos, la forma de trabajar en la industria alimentaria, incluyendo, por supuesto, todas las consideraciones de higiene. Pensad también, en una persona accionando manualmente una silla de ruedas para cualquier desplazamiento, y a la vez, teniendo que utilizar las manos para elaborar.
Soluciones: lavarse las manos continuamente, utilizar guantes, tener dos sillas de ruedas, una de ellas exclusiva para el obrador, y que no pise otro suelo. Esto implica la necesidad de cambiarse de silla antes de entrar al obrador, ya al salir de él, y que la silla se quede dentro. Ninguna de la soluciones es la ideal, pero se opta por duplicar la silla.
Ya lo sé, esto se hace largo, pero es que necesito que veáis la complejidad de todo esto...
Punto 4: durante las etapas de primaria y de secundaria obligatoria, existe una figura en educación que es el educador (bueno, mayoritariamente son educadoras). Son profesionales que están para atender las necesidades digamos físicas de estas personas, y sus funciones son variadas, dependiendo de cada caso. En el caso que nos ocupaba, en principio se ocuparía de manejar la silla, acercar objetos que se necesitasen, en fin, suplir algunas de las carencias físicas, pero ojo, sin tener muy claro hasta dónde y hasta dónde no, ya que os recuerdo que en FP el alumno debe demostrar desempeño. Vale, siguiente problema: en FP, esta figura no existe. ¿Por qué? Pues porque no. Supongo que por que esto es educación no obligatoria.
Siguiente paso: se hace la petición (desde el centro) para que se conceda una educadora para atender esta necesidad. No sabemos (en ese momento) si la van a dar, pero lo que es seguro es que durante ese curso, no.
Solución: como ya estamos casi (sí, queridos lectores, el tiempo corre) en la tercera evaluación, aquellos profesores que ya no tengan clase con sus alumnos de segundo (porque están de prácticas), bajarán durante su horario a ejercer de educadores. Así que, durante ese par de meses, todos y cada uno de mis compañeros que no tienen clase con segundo (y yo, claro) bajamos por turnos al obrador para echar una mano (sin tener ni puñetera idea de cuál es nuestra función exacta, pero con mucha voluntad de ayudar).
Bueno, lo de la educadora da para un capítulo aparte, que no voy a escribir, digamos que al final se nos concedió, y que llegó en septiembre para el curso siguiente. Eso sí, compartida con otro centro, y con otra persona que la necesitaba en nuestro mismo centro. Ahí lo dejo.
Y ahora, por fin, voy a llegar donde yo quería llegar (pero, Ana, ¿no has llegado aún?. No, no he llegado aún, pero me queda muy poco, prometido).
Punto 5: Todo de lo que hemos hablado hasta aquí (bueno, vale, sólo he hablado yo) compete a inspección educativa y al centro. Adaptaciones de acceso, ayudas, etc.
Lo que compete a los profesores es otra cosa. ¿Adivináis? Exacto, enseñar al alumno, y evaluarlo.
Por supuesto, sobre esto también consultamos al inspector. A mí era lo que más me preocupaba, realmente. Porque en esto, nos quedábamos solos.
Me explico: la decisión última sobre si se superan los módulos prácticos con el desempeño que sea capaz de hacer cualquier persona, es, lógicamente, de los profesores que le imparten clase.
Así que la consulta está clara: vale, y después de todo este esfuerzo (por parte de todos), de todos los cambios... ¿hasta qué punto consideramos que ha habido o no cumplimiento de las competencias, si existe ayuda física por parte de la educadora?
Porque la norma... la norma no tiene desperdicio, por un lado te da unos criterios súper estrictos que el alumno debe cumplir, y luego habla de un porcentaje razonable de cumplimiento.
Respuesta del inspector: "bueno, eso ya lo veremos cuando llegue el momento". ¿Cómo cuando llegue el momento? Nosotros tenemos evaluaciones cada tres meses (aproximadamente), y a final de curso hay que dar una calificación global. "Bueno... esto es relativo ... hemos tenido casos mucho más complicados que éste, y en cada caso, las cosas han ido saliendo de uno u otro modo".
Y ahora, pensad que esto que veis escrito aquí, y que para vosotros es un ejemplo, para mí es una persona. Y está en clase, y le conozco, y hablamos. Y le veo llegar al centro tooodos los días, y pelearse con el coche y la silla, y el ascensor, y la taquilla, y todos sus trastos (los mismos que llevan sus compañeros). Y esforzarse todos los días en las elaboraciones, y no faltar a clase. Y tiene nombre, y cara.
Y tenemos en una mano la norma, y la obligación de seguirla. Y ¿cómo hacemos eso, si ni siquiera el inspector, que ha visto más casos, es capaz de darnos una directriz concreta?, ¿si nos explica que ha habido casos en los que el alumno ha titulado, y casos en los que no?
Eso, en la práctica, significa que la misma persona en diferentes centros puede estar sometida a criterios y decisiones finales diferentes. Todo eso, suponiendo que todo el equipo educativo (el conjunto de profes que le damos clase) opine lo mismo, que (os lo voy a confesar) es mucho decir.
Y para terminar. Sí, en serio, para terminar. Ya hemos adaptado el espacio y nuestra forma de trabajar para una situación muy concreta. Ha costado mucho, en tiempo, recursos y aprendizaje, para el alumno, por supuesto, para el centro, para los profesores. Mañana, o al curso que viene, tal vez tengamos un alumno invidente. O con asperger, u otro transtorno del espectro autista. O un síndrome de Down. O alguien sin una extremidad. O con una esquizofrenia. Con todo su derecho a matricularse en nuestras enseñanzas, tal y como está previsto en la norma.
No me invento ningún caso, que conste. Todo esto lo hemos vivido en mi centro, o en otros que conozco.
Y ahora decidme si no necesitamos recursos, orientación, formación y ayuda para esto.
Afortunadamente para mí, me educaron en la duda. Por eso, como en muchas otras cosas, yo sigo sin verlo claro. Como con la cuadratura del círculo.
Otra puntualización: nosotros no habíamos tenido nunca un caso parecido. Estamos algo más acostumbrados a tratar con alumnos sordos con la ayuda de los intérpretes de signos que trabajan en el centro.
Actualmente, la plantilla de intérpretes de lengua de signos es de cuatro (que se solicitan y contratan cada año), que se han conseguido con muuuchos años de peleas y papeleos, y su situación también da para escribir un libro. Pensad que tenemos cuatro intérpretes de lengua de signos para una población total en el centro de unos 2500 alumnos. Sobra decir que no dan abasto, que sus horarios son de locos, y que hacen una labor brutal, muchas veces más allá de los que dicen sus sueldos o sus horarios. Y aún así, no cubren todas las horas de clase de los alumnos que lo necesitan.
Bueno, me centro: que no nos habíamos visto con una situación así en la vida. Comienza el curso. Sobra decir, creo, que nuestro obrador no está adaptado para estos casos. Los equipos con los que trabajamos son los normales de un obrador de panadería y pastelería, pero a escala más pequeña (a veces no tan pequeña). Lo que no sobra decir es que, en clase de prácticas, no teníamos profesores de apoyo. Estaban los mismos dos profesores de desdoble que vienen siendo habituales en grupos de más de 18 alumnos. Y ya os digo que teníamos bastantes más de 18 alumnos.
Y empezamos (bueno, mis compañeros que imparten prácticas) a darnos cuenta de las dificultades que entraña esto. Y se acerca la primera evaluación. En este punto, nos planteamos si hay que comunicarle que vemos muchísimas dificultades para poder superar los módulos prácticos. Esto, en la práctica, quiere decir que no se obtiene el título.
Paréntesis: os puede parecer, así de entrada, una medida muy dura hacia la persona en esta situación. Es normal, a mí también me lo parece. Pero en nuestras enseñanzas, a veces nos vemos en este tipo de situaciones. ¿Dejamos que el alumno "se estrelle", por así decirlo, y que compruebe por sí mismo lo que pensamos nosotros? ¿Le advertimos de lo que pensamos, para intentar ahorrarle tiempo y que pueda repensarse su decisión, y orientarse hacia otra cosa?
Y lo más importante: ¿hasta qué punto acertamos o nos equivocamos con esto? ¿Hasta qué punto hay personas capaces de hacer mucho más de lo que tú crees, o no?¿Le estamos negando su derecho a acceder a nuestras enseñanzas o le estamos orientando hacia lo que nosotros pensamos que es más ventajoso?
Me explico: esto es FP. Nosotros evaluamos que los alumnos adquieran cierto nivel de competencia en los diferentes módulos a los que se enfrentan. Esto es, que sean capaces de hacer determinadas cosas. Cosas que vienen recogidas en un real decreto del ministerio, y concretadas en la normativa de la comunidad autónoma, y que tenemos que tener en cuenta para evaluar. Y hay cosas que no vemos demasiado claras, muchas veces. Con la norma en la mano, hay objetivos que nos parece que no se pueden alcanzar en ciertas situaciones.
En el momento en que le comunicas a una alumno que pensamos que en esta especialidad en concreto lo tiene muy difícil y que debería considerar la opción de reorientarse, puede que el alumno decida cambiar de especialidad, o puede acudir a la inspección educativa. Es lo que toca, también para nosotros. Los inspectores en educación también están para orientarnos cuando no sabemos cómo afrontar determinadas situaciones.
Y entra en escena el inspector de zona. Y aquí es donde me centro en cómo se gestionan estos casos, que es lo que yo quería hacer.
Punto 1: supongamos que la persona implicada solicita una adaptación curricular. Esto existe en las etapas obligatorias de enseñanza: adaptas los contenidos, y al final el alumno titula, si no me equivoco, haciendo constar que ha habido una adaptación. Perfecto. Problema: eso en FP no existe. O bueno, existe, pero en el momento en que se adaptan los contenidos, el alumno no puede obtener el título, precisamente porque no ha demostrado su capacidad para desarrollar ciertas tareas. Solución descartada, si la persona en cuestión aspira a obtener la titulación.
Punto 2: el alumno con diversidad funcional tiene todo el derecho del mundo a estar matriculado, de hecho existe un cupo para ello, y además tiene derecho a tener acceso a todos los contenidos del currículo. Esto se llama adaptación de acceso. Y quiere decir que al alumno debe facilitársele en todo lo posible que pueda realizar las actividades a la par que sus compañeros. Implica también un mayor número de convocatorias para cada módulo (6 en lugar de 4), y la posibilidad de repetir curso más veces. Implica que tiene más tiempo durante las pruebas escritas, y que éstas puedan adaptarse. Además de la eliminación de las barreras arquitectónicas que pudiese haber.
Y esa es precisamente la postura del inspector (como no podía ser de otra manera). Nos pide una serie de actuaciones, que debe acometer el centro. En la práctica esto supone, por ejemplo, la automatización de una de las puertas del edificio, la eliminación de un pequeño escalón y su cambio por una rampa, y la construcción de una mesa de acero inoxidable (que es el material que utilizamos en industria alimentaria), a la altura adecuada para que se pudiese trabajar desde una silla de ruedas.
Punto 3: En este punto, se nos plantea otro problema diferente, de logística. Tenemos una persona que necesita desplazarse en silla de ruedas. Ahora pensad que, en las prácticas de elaboración de alimentos, nosotros imitamos (debemos imitar) todo lo fielmente que podamos, la forma de trabajar en la industria alimentaria, incluyendo, por supuesto, todas las consideraciones de higiene. Pensad también, en una persona accionando manualmente una silla de ruedas para cualquier desplazamiento, y a la vez, teniendo que utilizar las manos para elaborar.
Soluciones: lavarse las manos continuamente, utilizar guantes, tener dos sillas de ruedas, una de ellas exclusiva para el obrador, y que no pise otro suelo. Esto implica la necesidad de cambiarse de silla antes de entrar al obrador, ya al salir de él, y que la silla se quede dentro. Ninguna de la soluciones es la ideal, pero se opta por duplicar la silla.
Ya lo sé, esto se hace largo, pero es que necesito que veáis la complejidad de todo esto...
Punto 4: durante las etapas de primaria y de secundaria obligatoria, existe una figura en educación que es el educador (bueno, mayoritariamente son educadoras). Son profesionales que están para atender las necesidades digamos físicas de estas personas, y sus funciones son variadas, dependiendo de cada caso. En el caso que nos ocupaba, en principio se ocuparía de manejar la silla, acercar objetos que se necesitasen, en fin, suplir algunas de las carencias físicas, pero ojo, sin tener muy claro hasta dónde y hasta dónde no, ya que os recuerdo que en FP el alumno debe demostrar desempeño. Vale, siguiente problema: en FP, esta figura no existe. ¿Por qué? Pues porque no. Supongo que por que esto es educación no obligatoria.
Siguiente paso: se hace la petición (desde el centro) para que se conceda una educadora para atender esta necesidad. No sabemos (en ese momento) si la van a dar, pero lo que es seguro es que durante ese curso, no.
Solución: como ya estamos casi (sí, queridos lectores, el tiempo corre) en la tercera evaluación, aquellos profesores que ya no tengan clase con sus alumnos de segundo (porque están de prácticas), bajarán durante su horario a ejercer de educadores. Así que, durante ese par de meses, todos y cada uno de mis compañeros que no tienen clase con segundo (y yo, claro) bajamos por turnos al obrador para echar una mano (sin tener ni puñetera idea de cuál es nuestra función exacta, pero con mucha voluntad de ayudar).
Bueno, lo de la educadora da para un capítulo aparte, que no voy a escribir, digamos que al final se nos concedió, y que llegó en septiembre para el curso siguiente. Eso sí, compartida con otro centro, y con otra persona que la necesitaba en nuestro mismo centro. Ahí lo dejo.
Y ahora, por fin, voy a llegar donde yo quería llegar (pero, Ana, ¿no has llegado aún?. No, no he llegado aún, pero me queda muy poco, prometido).
Punto 5: Todo de lo que hemos hablado hasta aquí (bueno, vale, sólo he hablado yo) compete a inspección educativa y al centro. Adaptaciones de acceso, ayudas, etc.
Lo que compete a los profesores es otra cosa. ¿Adivináis? Exacto, enseñar al alumno, y evaluarlo.
Por supuesto, sobre esto también consultamos al inspector. A mí era lo que más me preocupaba, realmente. Porque en esto, nos quedábamos solos.
Me explico: la decisión última sobre si se superan los módulos prácticos con el desempeño que sea capaz de hacer cualquier persona, es, lógicamente, de los profesores que le imparten clase.
Así que la consulta está clara: vale, y después de todo este esfuerzo (por parte de todos), de todos los cambios... ¿hasta qué punto consideramos que ha habido o no cumplimiento de las competencias, si existe ayuda física por parte de la educadora?
Porque la norma... la norma no tiene desperdicio, por un lado te da unos criterios súper estrictos que el alumno debe cumplir, y luego habla de un porcentaje razonable de cumplimiento.
Respuesta del inspector: "bueno, eso ya lo veremos cuando llegue el momento". ¿Cómo cuando llegue el momento? Nosotros tenemos evaluaciones cada tres meses (aproximadamente), y a final de curso hay que dar una calificación global. "Bueno... esto es relativo ... hemos tenido casos mucho más complicados que éste, y en cada caso, las cosas han ido saliendo de uno u otro modo".
Y ahora, pensad que esto que veis escrito aquí, y que para vosotros es un ejemplo, para mí es una persona. Y está en clase, y le conozco, y hablamos. Y le veo llegar al centro tooodos los días, y pelearse con el coche y la silla, y el ascensor, y la taquilla, y todos sus trastos (los mismos que llevan sus compañeros). Y esforzarse todos los días en las elaboraciones, y no faltar a clase. Y tiene nombre, y cara.
Y tenemos en una mano la norma, y la obligación de seguirla. Y ¿cómo hacemos eso, si ni siquiera el inspector, que ha visto más casos, es capaz de darnos una directriz concreta?, ¿si nos explica que ha habido casos en los que el alumno ha titulado, y casos en los que no?
Eso, en la práctica, significa que la misma persona en diferentes centros puede estar sometida a criterios y decisiones finales diferentes. Todo eso, suponiendo que todo el equipo educativo (el conjunto de profes que le damos clase) opine lo mismo, que (os lo voy a confesar) es mucho decir.
Y para terminar. Sí, en serio, para terminar. Ya hemos adaptado el espacio y nuestra forma de trabajar para una situación muy concreta. Ha costado mucho, en tiempo, recursos y aprendizaje, para el alumno, por supuesto, para el centro, para los profesores. Mañana, o al curso que viene, tal vez tengamos un alumno invidente. O con asperger, u otro transtorno del espectro autista. O un síndrome de Down. O alguien sin una extremidad. O con una esquizofrenia. Con todo su derecho a matricularse en nuestras enseñanzas, tal y como está previsto en la norma.
No me invento ningún caso, que conste. Todo esto lo hemos vivido en mi centro, o en otros que conozco.
Y ahora decidme si no necesitamos recursos, orientación, formación y ayuda para esto.
Afortunadamente para mí, me educaron en la duda. Por eso, como en muchas otras cosas, yo sigo sin verlo claro. Como con la cuadratura del círculo.